domingo, 4 de junio de 2017

♥ Para vosotros ♥

¡Hola!, sé que llevo sin actualizar el blog muchísimo tiempo. I'm Sorry!!! Pero he vuelto, al menos hoy. Y quiero hacerlo de la mejor de las maneras, tras unos días de reflexión y tranquilidad. He vuelto porque quiero daros las gracias, sí, así porque así. Sé que no hay nada en especial: ni cumpleaños, ni nuevo libro, ni nada por el estilo..., pero quiero hacerlo, y en cierto modo lo necesito. En estos días he estado reflexionando muchísimo, no en un tema en especial, sino en todo en general. Cuando nacemos, sin ser conscientes, sin elegirlo, y sin ni siquiera esperarlo, subimos a un tren sin rumbo fijo. Es un tren, como cualquier otro, con sus vagones, sus asientos... Ese tren se llama:
El tren de nuestras vidas
Cuando subimos a él nos damos cuenta de que ya hay personas en él subido, que llevan haciendo ese camino muchísimo más tiempos que nosotros, y que nos guían en su trayecto. Es curioso, pero esas personas están a nuestro lado hasta que llegan a su parada, y ya no tienen más remedio que abandonarlo, ese ya no era su tren, sino el nuestro. Pero nos han aportado durante su camino muchas cosas: nos han enseñado que vagón es el que más no conviene, nos han enseñado muchas cosas que no conocíamos, nos han dado valores, y en especial: hicieron de ese viaje algo más bonito. Esas personas que ya iban montadas en ese tren, y que no bajaron de él hasta que no tuvieron más remedio, esas personas de las que en este momento hablo son la familia: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos... Ninguno eligió ese tren, ni a ninguno de los que en él ya iban, pero todos acabaron en él y se unieron para hacer del viaje algo más especial. Pero en un tren no encuentras solo las personas que ya iban montadas en él, sino también las personas que a medida que el tren avanza comienzan a subir en él. Esas personas sí son más variantes, tienen un destino fijo. Suben, están contigo y ya cuando desean bajan. Con unos hablas más, con otros menos, y con otros quizás ni hables, pero han estado en ese tren, tu tren, y han sido parte del viaje. De esas personas,
más nómadas
también se aprende mucho. Aprendes cosas como por ejemplo: que una maleta puede pesar menos si se coge entre dos o más personas; que cocinar puede ser más divertido si se hace acompañado; que a veces pasear envueltos en una conversación puede ser mucho más agradable aunque sea por los vagones; que a veces compartir asiento no es molesto, que puede ser ameno; que el silencio a veces es la mejor de las respuestas; y multitud de cosas más. Esas cosas se conocen como valores, y esos valores solo puede dártelos aquellas personas que van en ese mismo tren. Esas personas son compañeros, amigos, vecinos... Estos pasajeros, éstos últimos, ellos sí eligen que tren escoger, y que cojan tu tren es una gran suerte, creéme, porque lo que pueden enseñar te lo enseñarán a ti. Constantemente subirán y bajarán muchos de ellos. En mi tren desde hace años, meses, semanas y días suben y bajan muchísimas personas, sí. No las elijo, pero siempre viajo con una puerta abierta, siempre. En ella puede entrar siempre todo el que quiera, y también salir, porque a pesar de que después de que haya convivido un trayecto con esa persona, no soy nadie para impedir su ida porque sé que quizás otro viaje mejor le espera, y porque sé que vendrá otra persona a enseñarme más. Sin embargo, aquellos que permanecen en mi tren, aquellos con los que sigo aprendiendo, con los que continúo creciendo, esas personas que aunque no sepamos cuando llegará a su destino sigue recorriendo su trayecto a mi lado, no puedo hacer otra cosa que darle las gracias. Sí, daros un millón de gracias, como antes he dicho quizás con algunas no hable, con otra hable menos y con otras no pare, pero sé que estáis ahí. Sé que aunque no hablemos continuáis en mi viaje, siendo participe de él, siendo más o menos jaraneros, pero estáis, y os alegráis de cada avance que doy en mi trayecto, que participáis en ellos, y que pasan de ser míos esos avances a nuestros, y que ese tren acaba dejando de ser mi tren para convertirse en nuestro tren. Quiero daros mil y una vez las gracias y no solo eso, sino que continuéis en este trayecto, en este viaje y en este tren. Quiero poder compartir con vosotros, con todos y cada uno de vosotros mis avances y mis pasos atrás; mis risas y mis lágrimas; mis errores y mis aciertos; todo, absolutamente todo. Quiero que seáis participes de mis felicidades y de mis tristezas, y que si nuestro tren se queda parado seamos capaces de sacarlo adelante, porque podemos, somos capaces. También hay una cosa que quiero, y es que si estás sea por tu voluntad, porque quieres compartir junto a mí tu viaje y el mío; porque te apetece. Y si te vas y quieres volver, adelante, hazlo, tienes esa puerta siempre abierta, y un mil gracias por volver tras ella. Y aquí es donde quiero llegar. A daros las gracias a todos los que habéis estado y estáis en este, mi trayecto, un trayecto que aun no ha concluido, que aún le queda mucho camino por recorrer, muchas risas y lágrimas por derramar, muchas historias por escribir, y a los que estaréis, a vosotros también. No prometo que mi viaje sea el más divertido de todos, ni el más bonito, pero sé que será un viaje más donde entre todos se aprende y enseña. No prometo que mi viaje sea para siempre, pero sí de corazón. ¿Continuamos este viaje? ¿Me dejas participar en el tuyo?
¡Gracias a todos/as por compartir conmigo este tren, y a los/as que lleguen próximamente, gracias una y mil veces, porque sin vosotros este viaje hubiese sido distinto, y no hubiese molado tanto!
(A Sheldon Cooper le gusta ésta imagen).

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